Sunday, November 19, 2006

Mi fuente... mi familia



Hace 12 años, cuando iniciaba mi carrera como periodista, mi entonces jefa de información –una paisana veracruzana que casi le pegaba a los sesenta años- me insistía una y otra vez que yo tenía que hacer todo lo posible por ganarle la información a “la competencia”; es decir, a los otros medios informativos nacionales.

Con el tiempo me dí cuenta de cuan falsas eran esas palabras. Efectivamente había que ganarle la información al resto de los medios y presentarla de la mejor forma, pero esos reporteros distan mucho de ser mi competencia y, al paso del tiempo, han ocupado un lugar tan especial que sólo se puede comparar al de mi familia.

De entrada, nos une el mismo dolor. Somos adictos de esta enfermedad llamada periodismo y por la cual soportamos malos tratos, injusticias, insultos, desplantes de poderosos, interminables jornadas de trabajo, jefes de capacidad cuestionable, bajos salarios y una larga lista de etcéteras.

Hacemos los mismos corajes cuando un editor, sentado cómodamente en un escritorio en una redacción, pretende "iluminarnos" con su sabiduría y sus grandes temas, cuando somos nosotros los que estamos en la línea de fuego y tenemos la sensibilidad de los temas que componen la agenda nacional.

Sufrimos cuando nuestra información no es lo suficientemente valorada. Cuando a algún compañero de otro medio le destacaron mejor los datos que nosotros también presentamos o, peor aún, ya habíamos escrito tiempo atrás.

De hecho, hace unos años inventé el siguiente chiste: ¿Sabes qué le pasa a los reporteros pendejos? Pues terminan de editores.

Nos identificamos en cualquier evento y rápidamente hacemos equipo para que a todos nos vaya bien y saquemos un buen trabajo. Tenemos nuestros códigos, nuestros propios chistes. Todos dejamos algún órgano en la redacción: intestino, colon, riñones… usted nómbrelo.

Constantemente veo a las compañeras que son madres de familia y que tienen que redactar sus notas a toda velocidad, correr a recoger a sus niños a la escuela, salir a toda prisa a casa a preparar la comida del huevón del marido y luego regresar a la redacción o a la sala de prensa a recatar la información que haya salido por la tarde.

También veo a los compañeros que a las nueve o diez de la noche reciben un “cámbiale esto a tu nota, ¿no? Háblale a tal funcionario para confirmar esto ¿no?” y pierden toda clase de reuniones o encuentros familiares. No obstante los problemas en el trabajo, todavía deben llegar a casa a enfrentar toda clase de reclamos de sus esposas.

Gracias a este oficio, he terminado efectuando más viajes con amigos reporteros que con mi propia familia. Conozco más de sus problemas que sus propias familias y a veces los apoyo más que sus propias familias.

La última ocasión en que estuve en una playa con mis padres y mis hermanos fue en el año de 1981. Sin embargo, con compañeros como Roberto Morales, de El Economista, he recorrido Cancún, Perto Vallarta, Ixtapa, Mazatlán entre muchos otros destinos.

Por supuesto, ellos saben más de mis problemas que mis familiares y en muchas ocasiones he sentido más apoyo de su parte que de nadie más.

Por todo ello, debo reconocer que mi fuente, los reporteros del sector privado y de la Secretaría de Economía, no son mi competencia. Son una tribu que se parece muchísimo a mi familia.

Mi verdadera competencia está aquí en mi casa, en Milenio Diario. Aquí compito por los espacios, por que mi nota sea la portada de la sección de negocios, por cubrir los mejores eventos. Ellos también son parte de mi familia, por cierto; el problema es que luego se nos olvida por tantas presiones diarias y por tener que aguantar tanta chingadera diaria.

Foto 1: Óscar “la voz” González, de Monitor; Dayna Meré, de Reforma; Alejandra Aranda, de Coparmex y un servidor en Mérida.
Foto 2: Rumbo a Baja California Sur en jet privado.