Tuesday, August 08, 2006

La importancia de llamarse Raúl... Castro





En diciembre de 1993 puse, por primera ocasión, pie en territorio cubano. El viejo aeropuerto José Martí parecía un enorme deshuesadero de aviones soviéticos; el tiempo, literalmente, se había congelado en algún momento de la década de los cincuenta.

Ya en La Habana creo que pasé más tiempo haciendo fila en el departamento de "migración" que abordo de la nave de Cubana de Aviación. Tres mujeres, con sillas y mesas plegables, a la intemperie, eran las encargadas de hacer el interrogatorio de rutina: ¿Cómo se llama uhté? ¿Cúantoh díah va a ehtal en Cuba? ¿En que hotel se va a ohpedal?

La fila había que hacerla replegándose a un costado de las tres mujeres, ya que era tan larga -producto de las casi tres horas de preguntas con las mismas respuestas- que un avión nos hubiera atropellado a tofos indudablemente.

Cuando una nave aterrizaba, también tenían que agarrar, como pudieran, todas sus cosas para que el viento no les arrebatara hasta los pasaportes de los turistas.

En esas estaba yo, cuando entregué mi pasaporte con un "Buenas tardes" lleno de cansancio. Pero fue como si la mujer hubiera visto el documento de algún muerto o algo por el estilo: con la boca abierta me miró de arriba a abajo y sin dejar de perforar mi mirada con la suya me devolvió mis documentos diciendo... ¡Cosa máh grande caballero... pahe uhté!

Más desconcertado que ella tomé mi pasaporte y salí del aeropuerto sin ningún sello y sin ser molestado por ningún miembro de seguridad del aeropuerto.

Con el tiempo lo comprendí todo. El control de la información en Cuba era tal, que nadie sabía decirme con precisión si Fidel Castro estaba casado, cuántos hijos realmente tenía o detalles del hombre que lleva en el poder desde finales de los años cincuenta. Eso sí, todos me explicaban que la familia del Che Guevara vivía, completita, en Miami.

En ese contexto, que llegara un joven mexicano -tenía 19 años en aquel entonces- nacido en el estado de Veracruz -de donde salió la expedixión revolucionaria de Fidel y compañía- y de nombre Raúl Castro, levantaba sospechas.

Decidí sacar provecho de esa situación. Cuando conocía alguien, extendía la mano firme como un candidato en campaña y mirándolo a los ojos le decía con un perfecto acento mexicano:

-Raúl Castro, mucho gusto.
-¿Pero mira, tú sabeh quién eh Raú Cahtro?
-Yo soy Raúl Castro, mucho gusto.
-¡Pero tú sabeh quién eh Raú Cahtro!
-Pues mira. Mi padre se llama Raúl Castro y mi abuelo también se llama Raúl Castro también.
-¡Coño! ¡Coño! ¡Se ehtán reproduhiendo ehtos hijoeputa!

A los amigos más cercanos le explicaba la historia completa. Efectivamente, yo soy Raúl Castro Lebrija, hijo mayor de Raúl Castro Villafuerte y nieto de Raúl Castro Ruiz. Por una letra, mi abuelo hubiera sido homónimo perfecto del hermano de Fidel y quien ahora ha asumido el poder en la isla.

Me convertí en una atracción para los locales. Incluso fui entrevistado en programas de radio, con el pretexto para hablar de México, por el simple hecho de llamarme Raúl Castro.

Varios años después, en el 2004, visité nuevamente La Habana. Como parte de una delegación de empresarios mexicanos fui presentado por René Ortiz -entonces secretario de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación- ante Ramón Castro... el hermano mayor de Fidel.

El hombre ya no tenía un sólo cabello blanco. Caminaba pausado y con algunos problemas. "Mire don Ramón, le presento a un periodista mexicano. ¡Dile cómo te llamas! ¡Dile cómo te llamas!" decía emocionado René. "Soy Raúl Castro, senor. Es un placer conocerlo", le dije.

Entonces el rostro serio de aquel viejo fue cambiando poco a poco para lanzar una enorme sonsira. Era un hombre gigante, yo le llegaba apenas al esternón. Parecía más un oso polar que un cubano.

Entonces el hombre abrió los brazos, me dio la mano y llevándose la mía a su corazón me dijo "tú ereh de la familia ¿eh?" lo que provocó una sonora carcajada de toda la delegación.

Más tarde René, que ya era mi agente de relaciones públicas, me llevó ante José Ramón Fernández, mejor conocido como "el Gallego". El hombre era un militar de carrera, formado en la academia de West Point y tenía como primer mérito haber sido el comandante de las fuerzas cubanas durante la invasión orquestada por la CIA en Bahía de Cochinos... Ahí nomás.

También era el vicepresidente del Consejo de Cuba, del cuál Fidel es el presidente. René repitió la presentación:

-¡Dile cómo te llamas! ¡Dile cómo te llamas!
-Soy Raúl Castro, señor, es un placer conocerlo.
-¿Raú Cahtro? mmmm... ¿Cuántoh añoh tieneh hijo?
-30 señor. -Mmmmm... sohpechoso. ¿Y cuál es tu segundo apellido, hijo?
-Lebrija, señor. -Mmmmm... ¡doblemente sospechoso! Me vas a hacer investigarte, hijo.

Eso último ya no me hizo tanta gracia, debo reconocer.

Hace unos días un compañero dejó sobre mi escritorio la portada de una sección internacional, cuyo encabezado decía: "Raúl Castro sustituye a Fidel y toma el poder en Cuba".

¡Por fin! pensé. Por fin me está haciendo justicia la revolución... la cubana, porque lo que es la mexicana, simple y sencilamente no lo veo claro todavía.

*En la foto, el Che y Raúl Castro... el otro, no mi abuelo. Bueno, al menos eso me dijeron.

2 Comments:

At 10:11 PM, Blogger nagual said...

Vientos mi Rul, toda una anécdota. A ver que día te echas una vuelta por la guarida para las reflexiones esotéricas. Salud.

 
At 5:12 PM, Blogger Unknown said...

¡Salve!
Mi instinto de periodista me dicta: "... ´hay una ausencia en la lista de referencias que Raúl hace sobre su quehacer como periodista... falta el periódico SUMMA, otrora un medio impreso de TELEVISA...´".
Un día, el que tengas libre, visítame en mi galería de arte temático felino : www.garrosccr.com

 

Post a Comment

<< Home