Sunday, April 23, 2006

La sombra de mi viento




Conocí a don Daniel recorriendo las calles del Barrio Gótico de Barcelona.

Caminaba despacio.
Su diminuta silueta se perdía en un mar de turistas.
El poco cabello blanco me recordó a mi padre
a tristes tiempos ya pasados, muy lejanos.

Cuando pasó junto a mí, sin saber por qué, lo saludé con una sonrisa.

¿Usted no es de aquí, verdad joven?

Le hablé de la ciudad,
de lo impresionado que me encontraba recorriendo esas calles.
Él me tomó del brazo y me dijo que, si no tenía nada mejor que hacer, podríamos recorrerla juntos.

Así pasamos por la cetadral, hablamos largo y tendido en la Plaza del Rey y le pedí a algún turista que nos tomara una fotografía juntos en la entrada de la ciudad romana.

Como todas las ciudades viejas, Barcelona es una suma de ruinas. Las grandes glorias de las que se vanaglorian muchos, palacios, factorías y monumentos, insignias con las que nos identificamos, no son más que cadáveres, reliquias de una civilización extinguida.

Me contó su historia por las calles del Raval, por Las Ramblas y no paró hasta que llegamos a La Pedrera.

En su momento decían que era una torta, que nadie viviría aquí ni aunque le regalaran el alquiler. Vea ahora Raúl, la gente paga ocho euros por entrar a conocerla.

Quiso seguir hasta la Sagrada Familia.
Venga, que aquí hay un rincón secreto que ofrece la mejor vista de Barcelona.

Subimos hasta el puente que une a dos de los campanarios de la fachada de la Natividad.
Ahí me dejó un momento.
Solo.
Dijo que después yo entendería.
Nunca antes había sentido un vértigo similar.
El viento recorriéndome la espalda.
Mi cabeza dando mil vueltas.
Cerré los ojos.
Respiré muy profundo, como queriendo llevarme la ciudad entera.
Pasaron uno o mil minutos.
El fantasma de Gaudí conmigo.

Le pedí conocer la Villa Olímpica.
En el pasado eran barrios de obreros y pescadores,
de vez en cuando los sorprendía la lluvia ácida.
Hoy las torres y esculturas eran símbolos de la modernidad.

Nos sentamos en un antiguo muelle y le hablé de mi tierra
cada día más lejana.
Después pasaron uno o mil minutos sin que alguno de los dos hablara.
El golpe de las olas del Mediterráneo nos dejó mudos.

Finalmente llegamos a la Plaza de España.
Me perdí en sus fuentes.
"Aquí todos somos niños, ¿verdad?"

Al poco tiempo llegó un hombre con una niña y un niño de la mano.
Mire Raúl, le presento a mi hijo Julián. Estos dos pequeños son mis nietos Miquel y Penélope. Ahora debemos retirarnos, mañana este par de diablillos tiene una cita en un lugar del que no le pueden decir nada a nadie.

-¿Ni siquiera a la abuela? Soltaron al mismo tiempo.
-Claro que sí, con la abuela no tenemos secretos.

Así se fueron caminando, hasta que terminaron por perderse entre la gente.
Yo permanecí ahí uno o varios minutos.
De pronto sentí como alguien se paró a mis espaldas.
Reconocí esa profunda voz.

Esta ciudad es bruja, ¿Sabe usted Raúl? Se le mete a uno en la piel y le roba el alma sin que uno se dé ni cuenta.

Giré rápidamente para darle la razón
pero no había nadie detrás de mí.
Nadie.


* Inspirado en La Sombra del Viento de Carlos Ruiz Safón. En agradecimiento a Diana y Vate por el mejor regalo de cumpleaños en muchos muchos años.

1 Comments:

At 3:03 AM, Blogger Unknown said...

¡De nada Rulex! Me lo prestas ahora que vaya a México, que aun no lo he ledo, jeje ;)

 

Post a Comment

<< Home